viernes, 9 de noviembre de 2012

Venta de galletitas.

Estaba en clase, explicándole a la profesora de ciencias que Darwin era un mentiroso, que la teoría de Adam y Eva no tenía ninguna laguna, cuando me llamó el director por megafonía. 

Me puse nerviosa, nunca se había requerido mi presencia en el despacho del director excepto aquella vez que fuimos de excursión escolar a Atapuerca y pinté por encima de unos sucios garabatos, que la profesora definió como pinturas rupestres de incalculable valor.

Abrí temblorosa la puerta y encontré ante mí un enorme montón de cajas de galletas. 

Dumbledore me pidió que me sentase y me explicó que, como se acercaba la Navidad, se iba a realizar la competición anual de venta de cajas de galletas entre las clases del colegio y como delegada que era (mi subida al poder es una historia que merece otra entrada) debía ser la responsable de que mi sección vendiese tantas galletas como fuese posible. 


Mandé a Hagrid que llevase todas esas cajas a mi aula y senté a las chicas a mi alrededor. 

-Chicas -dije a mi ejército personal de fieles servidoras.- Antes de que acabe la semana tenemos que vender estas mil cajas por 10 euros cada una para así hacernos con el premio que hay para la clase que más venda: unas vacaciones pagadas a la ciudad del Vaticano, que por motivos obvios me quedaré yo.

Las chicas vitorearon enérgicamente. Lo sé, me adoran. Sin su irremplazable líder estaría perdidas.

-Este es el plan. Somos cinco chicas -mi colegio es muy exclusivo - cada una tendrá que vender 200 cajas antes de la semana que viene. La que no lo consiga abandonará mi grupo de amigas. Y eso va por ti también Blair Waldorf!

Tuvimos que recalcular el número de cajas a vender por cabeza ya que Maca, la solterona de nuestro grupo, se comió en la tristeza de la soledad ocho cajas de golpe. 

Tenía que comprobar quién era la competencia. Ya sabes lo que dicen, mantén cerca a tus amigos pero aún más cerca a la delegada de la clase de al lado. La sangre se me heló cuando vi aparecer a mi archienemiga, Celina, encabezando a su propio grupo de incondicionales seguidoras. 

-¡Pepis!- se me acercó- ¡Estoy tan ilusionada de hacer juntas este concurso amistoso! Así podremos alimentar a cientos de familias necesitadas en esas fechas donde nadie debería pasar hambre o tristeza. Recuerda que no es una competición entre nosotras, sino un pulso contra la pobreza.

Ya estaba la zorra de Celina quedando bien.

Las cartas estaban sobre la mesa. Esto era a vida o muerte. Una batalla nunca vista desde que Rosa de España luchó contra las grasas saturadas.


Me dirigí a mi casa ese mismo día y fui al despacho de mi padre:

-Padre, necesito vender 200 cajas de galletas. 

Acto seguido, sin mediar palabra, padre me extendió un cheque con su laboriosa firma por importe de 3000€. Qué fácil era vender. No comprendía a qué venía tanto alboroto. Aún por encima me sobraban 1000€ para gastar en algún caprichito y así reactivar la economía. Tenía el ojo puesto sobre la hija de Paula Echevarría (que es el único complemento de su Blog que me falta) y me preguntaba cuánto podría costar. 

Al día siguiente estaba dispuesta a cobrar mi premio ya que, si mis compañeras eran tan eficientes como yo, habrían vendido todas sus cajas. No podía estar más equivocada.

-¡Chicas! ¿¡Me podéis explicar que son estas cifras de ventas!? La única que ha vendido más de veinte cajas ha sido Maca y eso es porque se las ha comido porque sabe que morirá sola y obviamente esas cajas saldrán de su bolsillo -exclamé enfurecida ante una Maca que hacía duros esfuerzos por contener las lágrimas.- Os parecerá bonito.

La guinda del pastel fue cuando por la puerta entraron Celina y su séquito personal con una sonrisa en la boca.

-Oys chicas - dijo Celina- esto de vender cajas de galletas está siendo facilísimo. Ayer mismo encontramos la casa de Adele y compró mitad de la mercancía.


¡Maldición!, pensé.

Nuestra estrategia tenía que cambiar. Maca se dedicaba a comer cajas, Hermione no dejaba de quedar con Harry y Ron para buscar no sé qué Horrocruxes, Matilda estaba muy ocupada recuperando su infancia perdida, Blair andaba golfeando por el Upper East Side y Lizzie McGuire se había escapado de viaje por Europa para suplantar a una famosa estrella del pop internacional. Menudo desastre.

Me quedé las cajas de mis compañeras y a la salida de clase me dirigí a casa para realizar otra vez ese proceso de negociación de venta tan estresante que había llevado a cabo el día anterior. Para mi sorpresa mi padre se había ido de viaje de negocios. Ahí estaba yo, sola en el mundo y con setecientas cajas de galletitas para vender.

Mi primer impulso fue encasquetárselas a Rosalina y decirle que hasta que no las vendiese no podría entrar en casa, pero como tengo mi corazoncito sólo le dejé la mitad de las cajas. Listo. Ya me quedaban 350 cajas. Me sorprendían mis habilidades innatas para la venta.

¿Qué hacía yo entonces con tantas galletas? No me había obsesionado tanto con un dulce desde que superé mi adicción al algodón de azúcar. Googleé la casa del monstruo de las galletas pero bajo mi sorpresa no existía tal monstruo. ¿¡Entonces quién lleva la cuenta @DeboConfesarQue!?


Después de denunciar a Barrio Sésamo por publicidad engañosa recorrí mi vecindario lista para vender todas las dichosas galletas. Llegué al edificio de al lado y timbré en un piso al azar.

-¿Si? -preguntaron.
-Hola soy Nuria Roca y vengo a reformarte la casa -lo del cartero comercial ya estaba muy visto.

Subí en el ascensor y pulsé el piso más alto (los que tendrían más dinero!), mientras subía los pisos corroboré en el espejo lo perfecta y libre de poros que era mi cara. Se abrieron las puertas y me acerqué a la puerta que tenía a mi derecha. Timbré. Una anciana me abrió la puerta desconfiadamente.

-Buenas tardes señora. Hoy es su día de suerte. Estamos haciendo una recolecta solidaria para la gente pobre y para que yo me vaya de vacaciones en el colegio. Tengo todas estas deliciosas galletas por el módico precio de 10€ cada caja. ¿Cuántas quiere, todas?
-Uy niña -me contestó.- Yo soy diabética, mi médico no me permite tomar nada de azúcar.
-Bobadas, estas galletas sientan genial al cuerpo. Después de probarlas Carmen Machi ha dejado por fin los Activias.
-¿Pero tienen azúcar?-me preguntó.
-No. Para nada, ni una pizca.- Puede que le haya mentido a la pobre anciana, pero era por una causa mayor, había familias que iban a pasar hambr...quiero decir, debía irme sí o sí a ese viaje!


Siguiente puerta. Me abrió una chica joven. De unos treinta años.

-¡Hola! Vengo a vendert...-no pude acabar la frase ya que la muchacha me cerró la puerta de un portazo.

Llamé de nuevo varias veces. Me abrió con cara de pocos amigos.

-Oiga, debe haber corrientes en su casa que se ha cerrado la puerta de golpe. Vengo a vender cajas de galletas. ¡Deliciosas! ¿Cuántas quiere? ¿Todas?

Me volvió a cerrar la puerta en mis narices. Rezaré por su alma.

Siguiente puerta. Me abrió un señor de aproximadamente cuarenta años.

-¿Qué tal? Soy la Pepis. En el colegio estamos recaudando dinero vendiendo estas deliciosas galletas por sólo 10€ la caja. ¿Cuántas quiere? ¿Todas?
-Uy lo siento niña, ya tengo galletas en casa.
-¿Ni una triste caja?
-Que no niña, por favor vete que tengo muchas cosas que hacer.
-¡OIGA SEÑOR, NO VOY A ENTRAR EN SU CASA PARA QUE ME HAGA FOTOS!
-¿Pero qué dices niña? ¡No te he dicho nada de entrar en mi casa!
-¡QUE NO SEÑOR, NO ME OBLIGUE A ENTRAR, MI PAPÁ ME ESTÁ ESPERANDO!
-¡Niña calla que te van a oír los vecinos!
-¡NO DEJARÉ QUE ME TOQUE EN ESA ZONA DE MI CUERPO SEÑOR! YO SÓLO VENGO A VENDER GALLETITAS PARA PODER...
-Shhhh! ¡Niña! -dijo él apurado, los vecinos empezaban a asomarse por las puertas.- Está bien, está bien. ¿Aceptas cheques?
-Puede pagar contrareembolso o con la tarjeta de compra del Corte Inglés. También acepto cheques - le dije toda contenta.
-A ver... Te compro cuatro cajas.
-LE REPITO QUE ME DA IGUAL QUE ME ESTUVIESE ESPIANDO EN EL PARQUE...
-¡Vale, vale! Te compro diez cajas pero baja la voz.
-¡QUE LE HE DICHO QUE NO QUIERO BAÑARME CON USTED!

Ese juego de negociación acabó cuando decidió comprar todas las cajas restantes que mandé al servicio llevar desde mi casa a su dirección. Aún por encima no le cobré gastos de envío, me sentía generosa.

Al día siguiente ya estaba dispuesta a restregarle a la zorra de Celina mis habilidades innatas de venta. En una tarde las había finiquitado todas. Fui a mi clase a comunicarle la noticia a mis compañeras. Sin embargo la pesadilla aún no había acabado. En una esquina había una pequeña caja de galletitas que nos habíamos olvidado. ¡Recórcholis!


Maca me informó que el grupo de Celina también había vendido todas las galletas. Cuando llegase al colegio su líder, irían juntas al despacho del director a cobrar la recompensa. ¡Maldición!

-¿Te apetecen unas deliciosas galletitas Maca? ¡Cómete esta caja! ¡Cómprala!
-Uy no, Pepis. Hoy he desayunado mucho y estoy muy llena.
-Gordas más que gorda...

No iba a perder por una caja. No podía ser cierto. Celina llegaría en cualquier momento y yo perdería mi dignidad y el concurso. Decidí que me haría a mí misma el favor y me compraría la caja. Este fue uno de los esfuerzos más grandes de mi vida. Hace un par de años, cuando me libré de la grasilla de bebé, me prometí no comprar hidratos de carbono nunca más.

No queda más que decir que el viaje lo gané yo. También gané una orden de alejamiento hacia la hija de Paula Echevarría, pero sin rencores. Mi premio era para dos personas así que invité a Maca, la pobre estaba sola en la vida y de vez en cuando hay que hacer cosas bonitas por las amigas menos afortunadas.

Lo sé. Me gano el cielo a momentos.

Os quiere,
La Pepis

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