lunes, 30 de julio de 2012

Mi comunión: Parte II

Al acabar la ceremonia, un grupo íntimo y reducido de amigos y familiares (unas 400 personas aproximadamente) fuimos a celebrar el acontecimiento a uno de mis modestos palacetes patrimonio de la humanidad. Nos recibió Isabel Presley que ya nos estaba esperando con su catering lleno de bandejas de bombones Ferrero. Mis invitados se mezclaron en el ambiente y así pude centrarme en una delicada operación: Abrir los regalos.


Como me niego a ser una de esas niñas a las que cada tío lejano le regala un reloj y tiene que fingir sorpresa e ilusión y decir cosas como “¡Oh! Justo lo que necesitaba!” “¡Qué bien! ¡No tenía ninguno!” en vez de poder expresarte libremente “Mierda, otro reloj pero no te preocupes que me hace mucha ilusión, déjame colocarlo en esta mesa donde reposan los 249 relojes que me habéis regalado. ¡a los cocodrilos!” y ya que mi palacete carecía de foso (recordarme que hable con mi decorador de exteriores), opté por una solución más radical (como el zumo): Hice una lista de regalos. Aquí os dejo varios de mis requisitos:

-El collar auténtico de la vieja del Titanic.
-Una cita con Xabi Alonso.
-La sábana santa.
-El original juego de Jumanji.
-Que alguien me explique el final de Lost.
-La pantera rosa.
-El cuadro de la maja desnuda (para poder quemar semejante aberración).
-Que J.K. Rowling escribiese otro libro de Harry Potter sólo para mi.
-El delfín original de Flipper.
-La peluca de Hannah Montana.
-Etc, etc…


En general salí satisfecha tras abrir todos los regalos, el propio Xabi Alonso me había regalado su cita. Aunque me decepcionó mucho London Tipton ya que se podía haber estirado un poco más y regalarme ese collar de perlas de Tiffanys que vimos juntas.


Aunque no lo parezca la estirpe de mi familia no es tan fabulosa como debería ser. Yo lo intenté impedir pero no tuve más remedio que invitar a los primos del pueblo. Por decirlo de una forma suave y elegante, son una casta de la sociedad digna de un estudio antropológico y de cinco exorcismos. Pero la que más miedo me da es la Juani. Una niña cruel que desde que nació tuvo una rabia cochina hacia mi frágil cuerpo. Era grandota y bruta, intentando acaparar el centro de las miradas que obviamente debían estar dirigidas hacía mí en forma de halagos sobre mi maravillosa estructura facial.

La Juani tenía hambre y quería comer el pastel. La tarta estaba hecha de un riquísimo glaseado que Arguiñano había cocinado para mi comunión. Mi cara lucía en cada trozo del pastel, así que por una parte comprendía a la Juani. Sin embargo ella estaba haciendo groserías con mi cara. Le puso a los ojos dos croquetas y a los dientes aceitunas negras así que parecía que tenía los dientes llenos de caries. Busqué a Jeffrey (mi obediente mayordomo), le pasé un fajo de billetes y dije señalando a la Juani: “que parezca un accidente”.  De la niña no se volvió a saber nada en toda la ceremonia, fue a media noche cuando su madre la encontró inconsciente dentro de una de las tarteras donde se había preparado la deliciosa crema de zanahoria que se sirvió.


La velada transcurrió sin ningún incidente, los príncipes estuvieron simpáticos con mis invitados sin incidentes provocados por armas de fuego, Britney Spears no perdió a ningún hijo, Lady Gaga no se emborrachó y sólo corté un dedo del camarero cuando partí la tarta con la espada que usaba Frodo para detectar orcos en la Tierra Media (esa espada en Kapital explota).


Como no creo en la injuria de la magia contraté al coro de la parroquia para que amenizase la fiesta, pero de pronto, por alguna extraña razón que a día de hoy aún no me explico, los invitados fueron yéndose a sus respectivas casas. 


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