El ritual de preparación de la
noche empezó a primera hora de la mañana. La manicura, pedicura y acupuntura siempre
son básicas para una buena velada. Mis ratones habían estado hasta la madrugada
cosiéndome algo bonito, y Rosalina caminó hasta el alba con mis Jimmy Choo
nuevos para darlos de sí. Después de verme varios videoclips de Beyoncé para
aprender pasos rompepistas y revisarme toda la actualidad –mi misión en la vida
es romper el tópico de que las rubias son tontas- se me hicieron las 9 de la
noche, y tenía que salir. Habíamos quedado a las 00:00 y por alguna razón
llegué a la 1. Cuando una chica va con tiempo siempre pasa algo para que acabe
llegando tarde. Para mi sorpresa una de mis amigas venía con un vestido muy
parecido al mío, pero no pasó nada: siempre llevo un modelito de
repuesto en el bolso, así que se lo di y le dije que se cambiara. A otra la mandé directamente a casa, no sin
antes llamar a Plain Jane para que transformara a esa chica con potencial en
una mujer con poder. Kim Kardashian se retrasó un poco por intentar entrar en
una 38 con su pandero. Pese a todo no se lo tuvimos en cuenta. Bueno, un poco
sí y le tocó ser la amiga simpática.
Primero dimos un par de vueltas
en mi Hummer rosa hasta coger el puntillo mientras veíamos a los pobretones
hacer botellón a la intemperie y le tirábamos cacahuetes.
Litros y litros de
champagne con virutas de oro –mano de santo para la resaca- resbalaban por
nuestra delicada garganta. Muchos se nos acercaban a pedir vasos, pero como comprenderéis
no voy a dejar beber por el Santo Grial a nadie. También observamos como las más chonis se
acercaban a fotografiarse. Como me sentía generosa le compré a una un par de
paquetes de clínex para que se sacara unos eurillos esa noche para sus gastos.
Otro embarazo no deseado que se evita gracias a la Pepis.
Una alfombra roja por toda la
carretera nos guiaba hasta la discoteca. No sabéis el frío que se siente cuando
conduces sobre asfalto al estar acostumbrada a estos caprichitos. Cuando
llegamos los paparazzis se abalanzaron sobre nosotras con sus flashes, pero
Mariano Di Vaio me agarró por mi cintura de avispa –nací sin costillas
flotantes- y los apartó a la vez que decía:
-Dientes, dientes, que es lo que
les jode.
Una vez dentro fuimos a la zona VIP,
Very Important Pepis, a tomar otra botellita. La cuestión es que no sé si
fueron las burbujas, que en los anuncios siempre se ven muy activas, o que me
la bebí yo entera, que del subidón me salí del reservado y me mezclé con la
plebe.
Fue como viajar en el tiempo, ya
que toda la ropa era de temporadas pasadas. Me sentía en el armario de mi
abuela. Botas por las rodilla, pantalones cortos rojos, zapatos blancos de
punta, chaquetas toreras de licra (Hello?), collares de bolas, chalecos, camisetas
masculinas con escote… Incluso había
chicas que salían de vaqueros, lo que hacía difícil diferenciarlas de los
hombres. Pese a todo, yo me sentía en mi salsa, una salsa cuyo ingrediente
principal era el alcohol -consumido de manera responsable por supuesto- y
bailaba con unos y con otros. Empecé con el tango de Roxanne.
Pero pocos me supieron seguir, así que pasé al estilo “me atuso el pelo mientras me muevo lentamente porque sé lo sexy e irresistible que soy”.
Los chicos se me
acercaban a puñados –chúpate esa efecto Axe- y me daban vueltas y más vueltas, por
lo que tuve que ir al baño a tomarme una Biodramina. Aproveché para retocarme y
hacer amigas, porque otra cosa no, pero el baño de mujeres tiene mucha actividad
social.
Cuando me reincorporé a la fiesta
se me acercó un chico que comenzó a bailar como si se estuviera tocando a sí
mismo. Llamé a seguridad rápidamente. Pervertidos a mí NO. Al rato un oriental
se me acercó ofreciéndome algo:
-Oooooh gracias! Nunca me habían
regalado tantas rosas, gafas, gorros y llaveros que no cumplen la normativa de
seguridad de la Unión Europea.
-Un eulo.
-Yo Pepis, encantada.
-No señolita, si tú quelel compral yo vendel pol 1 eulo.
-¡Pero qué desfachatez! Con todo
lo que apoyé al cine japonés viendo Mulan.
No me quise calentar, y me fui a
dar una vuelta. Miraba a mi alrededor puntuando a los chicos –ninguno pasaba
del notable raspadete- cuando vi a un 9, claramente desubicado. Me insinué como
sabemos hacer las mujeres, que es ponerse a bailar provocativamente –pero elegante
a la par- con una desconocida, en una competición clara por llamar la atención,
digna de un documental de la 2: “algo quiere la coneja cuando mueve las orejas”.
Mi 9 se dio cuenta enseguida, y se fue acercando bailando también. Pero no sé
si tenía algún tic nervioso que lo hacía como si pegara al aire, y mientras se
acercaba el 9 pasó a 8, a 7, y finalmente a 6. Así que antes de seguir la
cuenta atrás me curé en salud y fui a pasarle mi lista Spotify Premium al DJ.
No me lo podía creer, ¡era Mario Vaquerizo! Le dije que me encantaban sus
bragas, que eran las mismas que tenía yo, y que poca gente las llevaba con
tanta masculinidad. Estuve un buen rato bailando con él. Paquirrín llegó con su
retraso, pero puntual, y yo me volví a bajar a la dance floor cual Madonna. Lo
bien que se lo puede pasar una sola. Vi un montón de abrigos y bolsos camuflados por las
esquinas de la discoteca, así que los recogí y los dejé todos en un sitio que
ponía ropero, que ellos se hicieran cargo. De nada.
De repente anunciaron una
actuación especial de unas gogós con serpientes. Me alejé no fuera a ser que mi
bolso fuera familiar de alguna, no sin antes advertir a esas muchachitas de que se habían
olvidado la ropa en el camerino.
Por ahí había también una despedida
de soltera que llevaban esas diademas con pililillas que en alguna ocasión se
usan para sacarte el pelo de delante de la cara cuando estás por casa. No hay
diademas con genitales femeninos porque parecería un hachazo.
Los pies me empezaron a doler,
necesitaba alcohol rápido. Una mano salió de entre la multitud y me dijo:
-¡Tú!
-Y yo!
-Vivamos el momento!
Me gustaba su sentido del humor
así que bajé la guardia unos segundos. Se me acercó y me dijo que era la más
guapa de toda la discoteca –el primer chico que lo dice de verdad- y que sabía
que no era digno de mi belleza -algo cierto también pero ¿quién lo es?-. Me
empezó a mirar cada vez más fijamente, lo que me hizo ponerme nerviosa y saqué
mi polvera por si tenía alguna virutilla de oro entre los dientes. Eso no era,
pero el chico continuaba, ¿sería miope? A mí la técnica de ligar haciendo
sentir incómoda a la chica hasta que no tiene más remedio que liarse con él
nunca me convenció mucho, pero no se podía negar su efectividad. Se me fue
acercando y me susurró al oído:
-Te voy a matar…
Un escalofrío recorrió mi espinazo.
Se me fue toda la tontería de golpe y ya tenía mi spray antiviolador apuntando
a sus ojos de enajenado cuando añadió:
-….del gusto
No hubo marcha atrás después de
esa frase ya se había sentenciado: contigo no, bicho. Me fui, lejos,
arrastrando los pies y desorientada, muy desorientada. Me apoyé en la barra,
mojándome entera, como es costumbre, y un chico me invitó a una copa que acepté
y huí con ella como alma que lleva el diablo. Al darle el primer sorbo me salió
mi primera urticaria en los labios. Era garrafón. Lo escupí rápidamente y sin querer
alcancé con mi saliva a una chica que no sabría decir si bailaba o intentaba
mantenerse en pie. El caso es que se giró hacia mí con cara de pocos amigos.
-Tampoco te pongas así, que esa
chaqueta es sintética por mucho estampado de leopardo que tenga.
Levantó su mano y yo sólo pude
cerrar los ojos esperando la inminente colisión. 3 segundos. 5 segundos. 10
segundos. No pasaba nada. Cuando abrí los ojos mi Mariano Di Vaio estaba sujetando
a esa bárbara. Le dije “Sálvame” y me sacó en brazos como el caballero que es.
Supongo que la moraleja de todo
esto es que no importa de la clase social que seas siempre y cuando vuelvas a
casa con los de la tuya. O que el garrafón saca lo peor que llevamos dentro. O
que los chicos más raros son los que se acercan primero. O que no hace falta
más que una misma para pasárselo bien. O que ante cualquier adversidad, lo mejor de todo es mantener la calma y quitarse la camiseta.